Hoy después de más de cien días, me animo a escribir, a contar un poco de los sentimientos encontrados cuando viene a mi memoria en este lugar donde vivimos cosas bellas y donde ahora me toca superar su ausencia, el VRAEM.
Él siempre supo que lo amé y se lo digo cada vez que charlamos en el silencio de mi cuarto. A pesar de no haber vivido mucho tiempo juntos, la distancia hacía que nuestro amor sea cada día más fuerte.
Después de más de 12 horas de viaje, llegué a ver su rostro dormido y se me partió el corazón, lloré tanto que parecía ya no haber lágrimas y en eso sentí una calma, una tranquilidad y caí inconsciente. Entre las visitas decían: "su papá la abrazó".
Desde ese día en adelante no volví a llorar en presencia de nadie, nisiquiera el último día que lo tuvimos presente. Siento una paz en mi, no tengo pesares con él, nada que me haga pedirle que me perdone, porque nuestros días juntos era de mucha felicidad, de comida, de atenciones, de paseos tomados de la mano, de cariños, abrazos, besos y preguntas como: ¿Cuánto me quieres pa´?. Recuerdo que de niña le hacía la misma pregunta y él refunfuñando me decía: "un poquito nomás".
Hace cinco años que vine a trabajar en este hermoso valle, uno de los motivos fue estar cerca de papá y mamá, porque vivían solos. Fueron los mejores años de mi vida, me sentía mimada, engreída, por tantas atenciones recibidas cuando llegaba a la chacra, a su casa un fin de semana o cuando él iba a la oficina con los encargos de la mamita: choclos sancochados, plátanos asados, huevos de corral, habas tostadas, agüita de piña, pacae o algún otro antojo mío. Todo venía de la su chacra, productos cultivados con sus propias manos y eso llenaba mi corazón de regocijo.
Hay días que llega a mí memoria y le digo que todo está bien, pero hay otros donde le digo que me siento triste porque mamá está sola, porque no se acostumbra a otro lugar, más que la tierra donde vivieron juntos, pero que no puedo ni podré llenar el vacío que dejó.
Un hombre de carácter fuerte, responsable como ninguno, si tenía que pagar la cuota de algún préstamo, días antes del vencimiento movía cielo y tierra para cumplir con su deber. Labrador de tierra, manos benditas que hacían producir nuestros alimentos favoridos. A todos nos enseñó a sembrar y cosechar para nuestro futuro, nos dio lo necesario para seguir esforzándonos, nuestro Patrón, don Villanueva, no hay nadie como él.
Conversamos y le digo que estoy más tranquila sabiendo que está en un lugar donde no hay dolor, porque sus últimos días fueron difíciles, ya no era él, su rostro nos lo decía todo. Se extraña mucho a ese hombre de gran familia, numerosos hijos, autoridad, ejemplo, esposo, amigo, héroe, mi héroe. Aún en vida, le dije que deseaba algún día conocer a un hombre como él y seguro que así será.
Esta noche pensé que lloraría al escribir estas líneas, pero al contrario, me siento feliz de recodarlo, me siento orgullosa de ser su hija. Me queda mamá que es otra razón importante para seguir siendo feliz, en algún momento no muy lejano nos volveremos a reencontrar y eso me alegra aún mucho más.
Soy lo que soy, gracias al esfuerzo que hizo junto a mi madre y ese agradecimiento es infinito, como el amor que siento por él.