Vestir el uniforme de mi Patria me llenó de mucha emoción, alegría y sentimientos difíciles de describir. Cumplí una de mis metas en un lugar maldecido por muchas familias, por la cantidad de sangre derramada en sus entrañas, descrito por nuestros soldados como: “sólo para valientes” o como diría mi colega, el fin del mundo. Ahora soy parte de un grupo de comunicadores corresponsales de guerra, únicos en el Valle del río Apurímac y Ene (VRAE).
El 23 de Julio por la mañana me presenté en el Fuerte Pichari, para asistir a la ceremonia de inauguración del I Curso de Corresponsales de Defensa que el Comando Especial VRAE (CE VRAE), organizó para todos los periodistas de esta zona. Recogí mi uniforme militar; como en esas historias de soldados no había pantalón, polaca ni borceguíes de mi talla, ya te podrás imaginar cómo lucía el uniforme en una chica de aproximadamente un metro y medio de talla, y cincuenta kilos de peso.
Había más de 20 periodistas inscritos, pero solo asistimos ocho, quienes recibimos indicaciones y un ensayo antes de la ceremonia, para que todo salga sin errores. Llegaron todos los Oficiales y se ubicaron detrás de nosotros. Cuando todo estaba listo, hizo su entrada el segundo Comandante del CE VRAE y el silencio absoluto se rompió con los honores a su llegada. Al entonar el Himno Nacional a viva voz, sentí que mi corazón quería saltar de emoción, sentí que las letras del himno corrían por mis venas y me pregunté si es eso lo que sienten todos los que visten uniforme o sólo era yo, que estaba por cumplir mi sueño, ser una corresponsal de guerra. Todo salió bien, debo reconocer que los militares son muy estrictos en el cumplimiento de la formalidad en sus ceremonias.
Asistí a clases como alumna militar porque portaba uniforme, simultáneamente el curso se desarrollaba en Huancayo y Ayacucho como en años anteriores; sin embargo aquí en el VRAE era la primera vez. Como todos yo quería ver acción pero estaba en una exposición sobre terrorismo y narcotráfico, al que se acoplaron ocho soldados voluntarios. En la oscuridad de la sala me imaginaba cubriendo información en una zona de combate, cuando de pronto el instructor encendió la luz, mandó a atención y ofreció diez minutos para “soltar”. En ese momento llegó otro instructor para hacer reconocimiento de instalaciones, salimos intercalados junto a los soldados hacia una zona de esparcimiento. Un camino de tierra y piedras nos dirigía a los casinos, cancha de fulbito y piscina a medio construir; de pronto una explosión me quitó la sonrisa del rostro, creí que estaban haciendo una rutina de entrenamiento, no reaccioné hasta que el soldado que iba detrás de mí, me cogió de la espalda, me tiró al suelo y gritó ¡cuerpo a tierra!
Era una emboscada, se oían disparos, una voz al fondo decía ¡cúbranse! El soldado me dijo que no levante la cabeza, me jaló hacia adelante entre las piedras y plantas fuera del camino. En ese momento me puse a pensar en la situación real que pasan nuestros soldados cuando salen a combatir, contra alguien que conoce muy bien el terreno, por lo que la emboscada es la estrategia más usada por los terroristas.
Así nos recibieron en el curso que se desarrollaría durante varias semanas, para luego finalizar con una misión helitransportada real.
Nadie nos preguntó si teníamos miedo a las alturas, saltar al vacío por primera vez no es agradable, pero nuestros soldados tienen que hacerlo siempre porque es un requisito para combatir en el VRAE, yo también lo hice en una de las asignaturas del curso. Tres tipos de salto, cara al valle, espalda al valle y fast rope, este último para el descenso de helicópteros. Una de las recomendaciones antes de saltar del “helo” de unos 15 a 20 metros de altura, era la de no soltar la soga, así tus pies no la puedan coger para frenar, aferrarse a ella pase lo que pase hasta llegar al suelo; de lo contrario una caída de esa altura podría dejarte muy mal dependiendo de las lesiones si antes no te quita la vida. Si en esta u otra actividad durante la patrulla, alguno de mis compañeros salía herido, ya tenía el conocimiento básico de primeros auxilios.
Nosotros como profesionales sabemos de la importancia de las comunicaciones y más aún en situaciones de guerra. Aquí todos comprendimos el trabajo de un soldado comunicante que lleva consigo las radios para tener contacto tierra - tierra, con los integrantes de su patrulla; el contacto tierra – aire, de la patrulla con el helicóptero y qué pasaría si éste fuera interceptado, la pérdida de una de ellas o en peor de las casos las dos radios en pleno combate. Para eso están preparados y nosotros también.
Al momento de la instrucción de manejo de armamentos individuales y colectivos, pensé ¿es acaso un sueño? porque esas cosas solo las vi en películas. Me impresioné más cuando usamos las armas para ver nuestra habilidad de tiro al blanco, no estaba tan mal para ser la primera vez. Pero llevarlo sobre ti por bastante tiempo es cansado, peor aún las colectivas porque son más grandes. Después de la emoción vino la reflexión, mi equipo era conducido por una senda, de pronto alguien del grupo activó una mina; fue tan rápido que no nos dio tiempo de adoptar la posición cuerpo a tierra, aturdida por el sonido apenas podía escuchar a mi instructor. Imagínate a nuestros combatientes caminado en la espesura de la selva, con fatiga, sed, húmedos por el sudor o la lluvia; de repente la calma se irrumpa al activar una mina e inmediatamente una lluvia de fuego caiga sobre ellos. Ése es el pan de cada día aquí, así cumplen su misión nuestros soldados en las enmarañadas selvas del VRAE.
Culminé todas la materias establecidas por el curso y llegó la hora de cumplir mi misión como corresponsal de guerra con los conocimientos militares previos para actuar de manera adecuada en una zona de combate y mis conocimientos como profesional para narrar la realidad de los hechos.
Formé parte de una patrulla junto a tres de mis colegas, estábamos divididos en dos grupos armadas hasta los dientes por si sucedía algo en la marcha Al igual que ellos porté uniforme y equipo, salimos del cuartel en helicóptero hasta un lugar donde probé el valor de saltar al vacío sujetada a una soga, el cuerpo lleno de adrenalina me quitó el dolor de la mano durante buen rato, pues los guantes que llevé tenía un agujero que me produjo una quemadura.
Ya todos en el “punto” emprendimos una larga caminata abriendo pasajes en medio de árboles y plantas, las subidas me quitaban fuerzas. Empecé a sentir el peso de la mochila que contenía mi rancho frío, frazada, micro poroso, impermeable, botellas llenas de agua; los pies apenas podían levantar los borceguíes, la cabeza y el cuello soportaban el casco que me libraría de algún impacto de bala. La soga, el arnés, las antiparras y hasta las bolsas que me dieron para proteger mi cámara del agua cuando cruce el río, me pesaban como cien kilos encima. De ves en cuando volteaba a ver a los soldados que caminaban muy concentrados, sujetando el fusil con el dedo al percutor, atentos a cualquier movimiento.
El calor invadía mi cuerpo haciendo que me deshidrate, llevaba el uniforme completo mojado en sudor. En el primer descanso la fatiga pudo más y caí dormida por unos minutos; pecado para todo soldado porque ese minuto le podría costar la vida y la sus compañeros. Cayó la noche, se agravó la situación; iba en posición de tercer hombre, no podía ver el camino menos al que estaba adelante, nadie podía hacer ruido más que el de las pisadas. Después tantos huecos y ramas que me impedían caminar, logré alcanzar al “adjunto” cogí una pita que colgaba de su mochila y no la solté por nada, así que si él caía yo también.
En el segundo descanso nos reunimos las dos patrullas. Sentada donde la fatiga me obligó a hacerlo, sin importarme si habían bichos raros debajo de mí; oí a los jefes de patrulla decir que habían interceptado la comunicación y escucharon órdenes distintas a las que ya tenían; se comunicaron con la base y desmintieron las falsas órdenes ¿quiénes podrían ser si no son terroristas? Sentí el frío del miedo por todo mi cuerpo, respiré hondo pensando que aplicaría todo lo aprendido durante el curso; una voz me tranquilizó cuando me dijo: “no te preocupes yo te voy a cuidar” Aún faltaba mucho para llegar al punto donde pasaríamos la noche, pero la situación hizo que busquemos una zona segura y continuamos caminando.
Llegamos a una cumbre, un claro en medio de los arbustos, ordenaron a descansar. Hacía frío allá arriba; me encontré con los demás del curso, entre ellos mi compañera, tan solo éramos dos mujeres en medio de todos los que tenían más fuerza que nosotras. Dos comunicadoras valientes en la selva del VRAE, en plena oscuridad. Hasta ese momento no había comido absolutamente nada, el cansancio solo te pide agua. Nos apuramos en alistar nuestra cama, si así se le podría llamar a un pedazo de tierra cubierta con el micro poroso, frazada y poncho encima para dormir, porque la naturaleza se disponía a premiar nuestro sacrificio con su bendita agua. Imagínate si pudimos dormir con la ropa mojada acompañada de una lluvia torrencial en toda la noche.
En los intentos por dormir en plena lluvia, recordé a mi madre con sus suaves palabras en quechua que siempre me dicen: “cuídate hija”, recordé mi cuarto caliente de toda la tarde expuesta al sol, de las veces que dejé las sobras de la comida en mi plato, de los refrescos que quedaban en los vasos, extrañé todo lo que me faltaba en ese momento y que alguna vez lo tuve pero no le di el valor suficiente. La tensión de ser emboscados seguía en mí, un grupo dormía mientras el otro daba seguridad. Ahora entiendo como pasan sus días en el monte los que luchan en esta parte del país.
Eran las cinco de la mañana, desperté por un calambre en el pie, estaba empapada. Aún seguía oscuro, la lluvia no cesaba, el frío era intenso por la humedad de la ropa, nos equipamos y continuamos la caminata ahora hacia abajo. A medio camino antes de llegar al río, la segunda patrulla se retrasó perdiendo contacto visual con el último hombre de mi patrulla, por fin otro descanso mientras los esperábamos. Las bajadas eran como las resbaladeras, mis uñas tenían todo tipo de tierra de tantas caídas. Llegamos al río, mientras tensaban la cuerda para el pasaje de agua, aproveché para comer; el rancho cubierto en sobres decía arroz blanco, jamón, frijoles, ají de gallina, etc. Esa comida es realmente horrible, pero el hambre te obliga a llenar con algo el estómago.
Ya era hora de pasar el río, la cuerda estaba a varios metros de nosotros, avanzamos y de pronto un manto amarillo nos cubrió a los que íbamos adelante, eran avispas que se nos metían por todo el cuerpo, nada mejor que dolorosas picaduras para completar nuestra misión. Después del pasaje de agua, se incrementaron otros cien kilos más de peso a nuestro cansancio. Seguimos haciendo camino por los carrizos, descubrimos supuestos campamentos, los corresponsales hicimos lo nuestro, cubrir información. De repente varios tiros de bombas lacrimógenas nos obligó a salir del lugar. Mi voluntad de continuar se quebraba, hasta que divisé un par de camionetas que nos esperaba, quería llorar de emoción al saber que pude llegar a la meta, después de toda una odisea para llegar hasta allí, pero me equivoqué.
No había terminado aún la pesadilla, tenía que llegar corriendo hasta la base del Fuerte Pichari que quedaba aproximadamente a tres kilómetros, sí que quería llorar pero ya no de alegría. Corrí unos metros, mi cuerpo se desvaneció, me quebré y mi sentí mis lágrimas caer; pero mis compañeros junto a los soldados me animaron a seguir, saqué fuerzas de las que ya no había y volví a ponerme de pie. Llegué al cuartel, lo hice y no lo podía creer, un soldado cargaba a mi compañera y me di cuenta que ellos jamás abandonarían a ninguno de sus camaradas.
El tres de setiembre asistí a la ceremonia de clausura del I Curso de Corresponsales de Defensa Pichari 2011, como responsable de mi equipo hice entrega de nuestro gallardete al Comandante General del CEVRAE como símbolo de agradecimiento por darnos la oportunidad de prepararnos como corresponsales de guerra en el lugar más difícil de combatir y conocer de cerca las vivencias de soldados.
Sólo 24 horas que formé parte de una patrulla, ahora piensa los en los siete, diez, quince o veinte días que los soldados están internados en la selva, hostigados, atacados, mutilados por minas, emboscados por los terroristas y muchos de ellos ya no regresan a casa.
Hoy sé que cada vez que vea a un militar le daré las gracias por su trabajo, es lo menos que puedo hacer por alguien que entrega su vida para que otros vivan en paz…